Ciudad
de México, Distrito Federal
09 Marzo del 2012
“…nos gustaría saber un poco más de ti:
platicanos ¿Qué diferencia marco ISPAC para los logros que has obtenido en tu
vida?... platicanos algo de tu vida actual?...(sic)” fue el cuestionamiento
planteado.
Para
quienes no me conozcan, mi nombre es Fernando José Barrera Baumgarten, soy
mexicano, originario de Guadalajara, Jalisco, pero con residencia en Puerto
Vallarta desde 1988 al 2006, año desde el cual resido en la Ciudad de México a
efecto de continuar mis estudios, y orgullosamente puedo decir que soy de los
pocos que a la fecha pueden presumir una estancia de 15 años en ISPAC, desde
preescolar hasta preparatoria, sólo superado por aquéllos, también muy pocos,
que pueden aseverar 16 años por haber empezado sus días en dicha institución
desde maternal.
Hace
ya casi seis años egresé de ISPAC, y hoy estoy a escasos 3 meses de graduarme
de la carrera de Derecho en la Universidad Panamericana. Veo en retrospectiva y
me pregunto qué me dejó ISPAC. Recuerdo con cariño “misses”, maestros y
profesores extraordinarios, recuerdo libros, instalaciones, canchas y salones,
por supuesto vienen a mi mente las imágenes de entrañables amigos casi
hermanos, y alguna que otra experiencia amarga a lo largo de esos 5,479 días de
mi vida; pero seamos sinceros, muy probablemente todo eso lo hubiera podido
encontrar en cualquier otra escuela de un nivel similar al de ISPAC en
Vallarta, que dicho sea de paso, son pocas, aún hoy en día.
En
alguna de las múltiples ocasiones que paré en las oficinas de Miss Cuqui tuve
conciencia de lo anterior; parafraseándola señaló que ISPAC era una empresa, y comercialmente
ella como empresaria estaba obligada a competir en el mercado si no quería
desaparecer subsumida por escuelas que hoy por hoy ofrecen poco menos que
clases de alpinismo en Vallarta, y eso lo lograba con mejores instalaciones,
mejores maestros, mejor nivel académico y demás. Cabe señalar que eso sucedió
en preparatoria, por lo cual ya podía preguntarme críticamente qué hacía yo en
ISPAC, es decir, porqué esa escuela y no otra que probablemente podía ofrecerme
el mismo o mejor nivel académico, la misma o mejor infraestructura, y donde muy
seguramente conocería a otros amigos y así agrandar mi red social.
Verdaderamente en ese momento no realicé ninguna valoración crítica al
respecto, simplemente me sentí derrotado ante una aplastante y muy válida
respuesta de la Directora General de la escuela: ISPAC es una empresa y debe
ofrecer lo mejor al mercado, y si no me gusta podía irme. ¿Qué se hace ante
eso? ¿Cómo se desarma a una verdad con escudo de acero que te atraviesa los
flancos indefectiblemente con lanza de razón? ¿Por qué me quedé en ISPAC? En
ese momento no lo supe, y lo único que pude responder fue: “porque me gusta, porque es una buena escuela”.
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Las
preguntas “¿Qué me dejó ISPAC?” y “¿Por qué hice bien quedándome en ISPAC?” se
responden esencialmente igual. Yo salí de ISPAC y me llevé algo que hoy, a
distancia, sé con certeza que no hubiera obtenido de ninguna otra escuela: LA
TEORÍA DE LOS VALORES Y VIRTUDES. De ISPAC aprendí y en la Universidad refrendé
lo aprendido referente a que en nuestro medio de comunicación, el lenguaje,
todo tiene un cuadro terminológico preciso, por eso se que el perro es perro y
la mar es mar, por un mero convencionalismo social por virtud del cual el
hombre como zoon politikon se ha
puesto de acuerdo para vivir armoniosamente en sociedad definiendo todo lo
definible. Pues bien, ISPAC me enseñó a entender esos cuadros terminológicos
precisos, básicamente porque me enseñó a comunicarme, ya escribiendo, ya
puliendo mi habla. ¿Qué tiene que ver eso con la teoría de los valores?
Absolutamente todo. A diferencia del perro y el mar, sustantivos tangibles, los
valores son lingüísticamente hablando sustantivos intangibles y por tanto mucho
más complejos de aprenderse, aprehenderse y, en consecuencia, vivirse. ¿Qué es
la vida? ¿Qué es la libertad? ¿Qué es la prudencia?, etcétera. ¿Son conceptos
morales indeterminados? Categóricamente ¡NO! A la justa medida de mi intelecto
a lo largo de cada uno de los 15 años que estuve en ISPAC fueron inculcándome
el contenido categórico de cada valor y virtud, en principio pragmáticamente,
luego en una serie de adoctrinamiento, y finalmente puramente teórico. Con ello
vino la ética, noble ciencia cada vez más en desuso que juzga la bondad o
maldad de los actos a la luz de la razón. ¿La razón? ¿La racionalidad? ¿Lo
razonable? ¿El racionalismo? Abismales diferencias teóricas entre cada término.
Al final del día y sin abundar en términos, de lo anterior se desprende la más
grande enseñanza que me pudo dar ISPAC: se es porque se está, y si se está, se
debe saber estar, con la dignidad que ello implica, con la dignidad que
conlleva el existir como ser humano, de suyo racional, es decir, con
inteligencia y voluntad. Es por mi dignidad ontológica, el más precioso de
todos los saberes conscientes que tengo que se que la vida es absoluta en todos
sus términos, que soy libre no pasivamente (de los y de lo demás) sino que soy
libre activamente (para los y para lo demás), que la prudencia es efectivamente
la auriga de las virtudes, que la templanza es guía en medio de las
concupiscencias, que ante la adversidad no cabe más que ser fuerte esperando el
amanecer en la oscura noche, y, gracias a mi profesión de abogado, que ser
justo es ante todo la garantía más grande que puede tener el prójimo ante mí,
la tranquilidad de mi conciencia y mi salvoconducto ante Dios.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSnoZPRNRbknLE2ZS7DxOZmAaob_5nEYpO9kROU-7Ssrtcn5-19EWtlB3eBVGviKEwseSSlHAhIt8n3_ZkQ-aK7O_x45VYHXfZ24pZTkZ3YkbuIX5x1mZde93RFOMGdHVPgZfhu4xDRAM/s400/fernando+2.jpg)
¿Dios?
Es aquí donde también puedo esgrimir la más acabada de mis críticas contra
ISPAC. Mi escuela es una escuela confesional de moral católica, y como tal los
valores que profesa e inculca son evidentemente católicos y consecuentemente
cerrada a cualquiera otra posible explicación que implique poner, si quiera en
entredicho, la parafernalia que implica la Santa Iglesia Católica Apostólica y
Romana. Y aquí es donde se cierra el círculo de mi explicación. ¿Qué me llevó
aquél día a una visita a las oficinas de Miss Cuqui? Mi franca y abierta oposición
a la Iglesia, no a Dios. Ese es el segundo de los regalos de ISPAC hacia mi
persona, que no se si hacia los demás también por regla general (tampoco se la
voluntariedad del asunto, sólo que lo obtuve). Tengo espíritu crítico.
Personalmente puedo decir que me gusta criticar, con todas sus letras, me
apasiona devastar desde su punta más alta hasta la raíz más profunda todo
aquello que no supera las barreras de la razón. Otra vez la razón aquí. La
única excepción es Dios, pues va más allá de todo, incluso de la razón, y no se
Le conoce desde la razón sino porque hay razón; historia distinta a la Iglesia
que siendo humana es víctima de los arrebatos humanos… y en este momento me
autocensuro. ¿Qué se necesita para criticar? Saber. ¿Qué se necesita para
saber? Estudiar. ¿Qué más me enseñó ISPAC? A estudiar.
Si
bien ISPAC es una escuela confesional de moral cristiana, lo cierto es que no
hay ningún valor, principio o virtud que no enseñe la Iglesia Católica que no
vaya de acuerdo con la dignidad humana, por tanto es evidentemente que mi queja
no va en ese sentido, mi queja y malestar es franco y abierto en contra de la
imagen impoluta, prístina y piadosa de la Institución universal más atroz que
ha conocido la humanidad a lo largo de su existencia, siendo que por ella,
Institución que no debería más que profesar con el ejemplo el profundo amor que
Dios nos tiene, se han alzado en
fratricidas guerras movidas por las pasiones y arrebatos humanos. Esa es mi
indignación, dar honor a lo que no lo merece. Ahora bien, tampoco estoy de
acuerdo en la multiplicidad de arrebatos populares que buscan, a través de la
denigración y maledicencia, imprimir un sello de deshonra en la Iglesia, no
debe ser así, pues también, en atención a las bondades, que también son muchas,
de la “esposa de Cristo”, no debe
descubrírsele el velo a jaloneos de arrabal, debe ser sutil, pero con mano dura
y a una sola estocada: con argumentos, con razón, tal y como ISPAC también me
enseñó.
El
conocimiento abre todas las puertas de éste mundo, y además es virtuoso y
apasionante. “Sabes que no sabes nada cuando
sabes algo del profundo océano del conocimiento, y entonces te das cuenta que
ni eso sabías” me dijeron en alguna ocasión y es totalmente cierto. Hay que
saber para argumentar, argumentar sin saber es exponerse a la razón, y la razón
humana si bien de inteligencia limitada y voluntad dispersa, es lo único que
nos hace humanos y no simples animales; no poder superar la prueba de la razón
es tanto como no argumentar sino más bien, y en el mejor de los casos, opinar,
y de opiniones está lleno el foro: “yo creo que está bien el aborto”, “todos
somos iguales”, “ya basta de injusticias”, “queremos un cambio”, y demás
francas atrocidades del lenguaje y asaltos a la razón.
¿Siempre
se tiene la verdad absoluta? ¡NO!, y ese es el problema, son pocas las verdades
apodícticas que no suponen duda para nuestra razón, pero tan sólo mover algún
hilo del entramado social y creamos conflictos axiológicos brutales que a la
postre terminan por señalar igualdades entre lo que no es igual, dándole
calidad de persona a lo que no es persona, o bien desvirtuando Instituciones
sociales antiquísimas bajo argumentos como la evolución de la humanidad y la
vida del hombre en sociedad. ¿Soluciones? Hay muchas teorías al respecto, pero
eso no tema de estas originalmente breves líneas.
Luego,
ISPAC me enseñó algo de la praxis y sobre todo la teoría de valores y virtudes
que a su vez me hicieron consciente de mi condición humana y por tanto racional
que despertó en mí un sentido crítico, dándole sentido a la idea del estudio y
la gnoseología.
Un
paréntesis obligado para acotar un punto. ISPAC no educa, instruye y enseña. La
familia, la célula primigenia de la sociedad es la que educa. No duden que la
debilidad en la familia es la que hace que permeé en el tejido social la
podredumbre que no se pudo contener a tiempo en un núcleo cada vez más
asfixiado por (adivinen ahora) la falta de valores y virtudes (esas que les
escribí líneas arriba que viví en ISPAC). ¿Más síntomas? Una familia débil
implica un Estado grande, que no forzosamente fuerte: “tanta sociedad como sea posible, tanto Estado como sea necesario”,
dice en sus líneas fundacionales el Partido Acción Nacional; hoy la sociedad no
es posible, y el Estado es una masa amorfa que aplasta lo que toca pues su
entramado es tanto y tan despersonalizado que ayuda destruyendo en lugar de
construyendo, pero en realidad poca culpa tiene el Estado, poca culpa tiene un
gigante torpe que camina por un sendero de flores de cristal donde habría de
haber rosales con espinas de acero. Una familia que no educa no es una familia.
Y
finalmente, gracias ISPAC por haber formado las bases cognoscitivas de éste que
hoy escribe. Cualquier comentario quedo de ustedes.
FERNANDO
JOSÉ BARRERA BAUMGARTEN