lunes, 12 de marzo de 2012

Ex-Alumno de la semana: Fernando José Barrera Baumgarten

Ciudad de México, Distrito Federal
 09 Marzo del 2012
“…nos gustaría saber un poco más de ti: platicanos ¿Qué diferencia marco ISPAC para los logros que has obtenido en tu vida?... platicanos algo de tu vida actual?...(sic)” fue el cuestionamiento planteado.

Para quienes no me conozcan, mi nombre es Fernando José Barrera Baumgarten, soy mexicano, originario de Guadalajara, Jalisco, pero con residencia en Puerto Vallarta desde 1988 al 2006, año desde el cual resido en la Ciudad de México a efecto de continuar mis estudios, y orgullosamente puedo decir que soy de los pocos que a la fecha pueden presumir una estancia de 15 años en ISPAC, desde preescolar hasta preparatoria, sólo superado por aquéllos, también muy pocos, que pueden aseverar 16 años por haber empezado sus días en dicha institución desde maternal.
 

Hace ya casi seis años egresé de ISPAC, y hoy estoy a escasos 3 meses de graduarme de la carrera de Derecho en la Universidad Panamericana. Veo en retrospectiva y me pregunto qué me dejó ISPAC. Recuerdo con cariño “misses”, maestros y profesores extraordinarios, recuerdo libros, instalaciones, canchas y salones, por supuesto vienen a mi mente las imágenes de entrañables amigos casi hermanos, y alguna que otra experiencia amarga a lo largo de esos 5,479 días de mi vida; pero seamos sinceros, muy probablemente todo eso lo hubiera podido encontrar en cualquier otra escuela de un nivel similar al de ISPAC en Vallarta, que dicho sea de paso, son pocas, aún hoy en día.
En alguna de las múltiples ocasiones que paré en las oficinas de Miss Cuqui tuve conciencia de lo anterior; parafraseándola señaló que ISPAC era una empresa, y comercialmente ella como empresaria estaba obligada a competir en el mercado si no quería desaparecer subsumida por escuelas que hoy por hoy ofrecen poco menos que clases de alpinismo en Vallarta, y eso lo lograba con mejores instalaciones, mejores maestros, mejor nivel académico y demás. Cabe señalar que eso sucedió en preparatoria, por lo cual ya podía preguntarme críticamente qué hacía yo en ISPAC, es decir, porqué esa escuela y no otra que probablemente podía ofrecerme el mismo o mejor nivel académico, la misma o mejor infraestructura, y donde muy seguramente conocería a otros amigos y así agrandar mi red social. Verdaderamente en ese momento no realicé ninguna valoración crítica al respecto, simplemente me sentí derrotado ante una aplastante y muy válida respuesta de la Directora General de la escuela: ISPAC es una empresa y debe ofrecer lo mejor al mercado, y si no me gusta podía irme. ¿Qué se hace ante eso? ¿Cómo se desarma a una verdad con escudo de acero que te atraviesa los flancos indefectiblemente con lanza de razón? ¿Por qué me quedé en ISPAC? En ese momento no lo supe, y lo único que pude responder fue: “porque me gusta, porque es una buena escuela”.

Las preguntas “¿Qué me dejó ISPAC?” y “¿Por qué hice bien quedándome en ISPAC?” se responden esencialmente igual. Yo salí de ISPAC y me llevé algo que hoy, a distancia, sé con certeza que no hubiera obtenido de ninguna otra escuela: LA TEORÍA DE LOS VALORES Y VIRTUDES. De ISPAC aprendí y en la Universidad refrendé lo aprendido referente a que en nuestro medio de comunicación, el lenguaje, todo tiene un cuadro terminológico preciso, por eso se que el perro es perro y la mar es mar, por un mero convencionalismo social por virtud del cual el hombre como zoon politikon se ha puesto de acuerdo para vivir armoniosamente en sociedad definiendo todo lo definible. Pues bien, ISPAC me enseñó a entender esos cuadros terminológicos precisos, básicamente porque me enseñó a comunicarme, ya escribiendo, ya puliendo mi habla. ¿Qué tiene que ver eso con la teoría de los valores? Absolutamente todo. A diferencia del perro y el mar, sustantivos tangibles, los valores son lingüísticamente hablando sustantivos intangibles y por tanto mucho más complejos de aprenderse, aprehenderse y, en consecuencia, vivirse. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la libertad? ¿Qué es la prudencia?, etcétera. ¿Son conceptos morales indeterminados? Categóricamente ¡NO! A la justa medida de mi intelecto a lo largo de cada uno de los 15 años que estuve en ISPAC fueron inculcándome el contenido categórico de cada valor y virtud, en principio pragmáticamente, luego en una serie de adoctrinamiento, y finalmente puramente teórico. Con ello vino la ética, noble ciencia cada vez más en desuso que juzga la bondad o maldad de los actos a la luz de la razón. ¿La razón? ¿La racionalidad? ¿Lo razonable? ¿El racionalismo? Abismales diferencias teóricas entre cada término. Al final del día y sin abundar en términos, de lo anterior se desprende la más grande enseñanza que me pudo dar ISPAC: se es porque se está, y si se está, se debe saber estar, con la dignidad que ello implica, con la dignidad que conlleva el existir como ser humano, de suyo racional, es decir, con inteligencia y voluntad. Es por mi dignidad ontológica, el más precioso de todos los saberes conscientes que tengo que se que la vida es absoluta en todos sus términos, que soy libre no pasivamente (de los y de lo demás) sino que soy libre activamente (para los y para lo demás), que la prudencia es efectivamente la auriga de las virtudes, que la templanza es guía en medio de las concupiscencias, que ante la adversidad no cabe más que ser fuerte esperando el amanecer en la oscura noche, y, gracias a mi profesión de abogado, que ser justo es ante todo la garantía más grande que puede tener el prójimo ante mí, la tranquilidad de mi conciencia y mi salvoconducto ante Dios.


¿Dios? Es aquí donde también puedo esgrimir la más acabada de mis críticas contra ISPAC. Mi escuela es una escuela confesional de moral católica, y como tal los valores que profesa e inculca son evidentemente católicos y consecuentemente cerrada a cualquiera otra posible explicación que implique poner, si quiera en entredicho, la parafernalia que implica la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Y aquí es donde se cierra el círculo de mi explicación. ¿Qué me llevó aquél día a una visita a las oficinas de Miss Cuqui? Mi franca y abierta oposición a la Iglesia, no a Dios. Ese es el segundo de los regalos de ISPAC hacia mi persona, que no se si hacia los demás también por regla general (tampoco se la voluntariedad del asunto, sólo que lo obtuve). Tengo espíritu crítico. Personalmente puedo decir que me gusta criticar, con todas sus letras, me apasiona devastar desde su punta más alta hasta la raíz más profunda todo aquello que no supera las barreras de la razón. Otra vez la razón aquí. La única excepción es Dios, pues va más allá de todo, incluso de la razón, y no se Le conoce desde la razón sino porque hay razón; historia distinta a la Iglesia que siendo humana es víctima de los arrebatos humanos… y en este momento me autocensuro. ¿Qué se necesita para criticar? Saber. ¿Qué se necesita para saber? Estudiar. ¿Qué más me enseñó ISPAC? A estudiar.
Si bien ISPAC es una escuela confesional de moral cristiana, lo cierto es que no hay ningún valor, principio o virtud que no enseñe la Iglesia Católica que no vaya de acuerdo con la dignidad humana, por tanto es evidentemente que mi queja no va en ese sentido, mi queja y malestar es franco y abierto en contra de la imagen impoluta, prístina y piadosa de la Institución universal más atroz que ha conocido la humanidad a lo largo de su existencia, siendo que por ella, Institución que no debería más que profesar con el ejemplo el profundo amor que Dios nos tiene,  se han alzado en fratricidas guerras movidas por las pasiones y arrebatos humanos. Esa es mi indignación, dar honor a lo que no lo merece. Ahora bien, tampoco estoy de acuerdo en la multiplicidad de arrebatos populares que buscan, a través de la denigración y maledicencia, imprimir un sello de deshonra en la Iglesia, no debe ser así, pues también, en atención a las bondades, que también son muchas, de la “esposa de Cristo”, no debe descubrírsele el velo a jaloneos de arrabal, debe ser sutil, pero con mano dura y a una sola estocada: con argumentos, con razón, tal y como ISPAC también me enseñó.     

El conocimiento abre todas las puertas de éste mundo, y además es virtuoso y apasionante. “Sabes que no sabes nada cuando sabes algo del profundo océano del conocimiento, y entonces te das cuenta que ni eso sabías” me dijeron en alguna ocasión y es totalmente cierto. Hay que saber para argumentar, argumentar sin saber es exponerse a la razón, y la razón humana si bien de inteligencia limitada y voluntad dispersa, es lo único que nos hace humanos y no simples animales; no poder superar la prueba de la razón es tanto como no argumentar sino más bien, y en el mejor de los casos, opinar, y de opiniones está lleno el foro: “yo creo que está bien el aborto”, “todos somos iguales”, “ya basta de injusticias”, “queremos un cambio”, y demás francas atrocidades del lenguaje y asaltos a la razón.
¿Siempre se tiene la verdad absoluta? ¡NO!, y ese es el problema, son pocas las verdades apodícticas que no suponen duda para nuestra razón, pero tan sólo mover algún hilo del entramado social y creamos conflictos axiológicos brutales que a la postre terminan por señalar igualdades entre lo que no es igual, dándole calidad de persona a lo que no es persona, o bien desvirtuando Instituciones sociales antiquísimas bajo argumentos como la evolución de la humanidad y la vida del hombre en sociedad. ¿Soluciones? Hay muchas teorías al respecto, pero eso no tema de estas originalmente breves líneas.
 
Luego, ISPAC me enseñó algo de la praxis y sobre todo la teoría de valores y virtudes que a su vez me hicieron consciente de mi condición humana y por tanto racional que despertó en mí un sentido crítico, dándole sentido a la idea del estudio y la gnoseología.

Un paréntesis obligado para acotar un punto. ISPAC no educa, instruye y enseña. La familia, la célula primigenia de la sociedad es la que educa. No duden que la debilidad en la familia es la que hace que permeé en el tejido social la podredumbre que no se pudo contener a tiempo en un núcleo cada vez más asfixiado por (adivinen ahora) la falta de valores y virtudes (esas que les escribí líneas arriba que viví en ISPAC). ¿Más síntomas? Una familia débil implica un Estado grande, que no forzosamente fuerte: “tanta sociedad como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, dice en sus líneas fundacionales el Partido Acción Nacional; hoy la sociedad no es posible, y el Estado es una masa amorfa que aplasta lo que toca pues su entramado es tanto y tan despersonalizado que ayuda destruyendo en lugar de construyendo, pero en realidad poca culpa tiene el Estado, poca culpa tiene un gigante torpe que camina por un sendero de flores de cristal donde habría de haber rosales con espinas de acero. Una familia que no educa no es una familia.  

Y finalmente, gracias ISPAC por haber formado las bases cognoscitivas de éste que hoy escribe. Cualquier comentario quedo de ustedes.
FERNANDO JOSÉ BARRERA BAUMGARTEN

1 comentario:

  1. Fernando...aboné en terreno fértil, la esencia de tu personalidad florece en tu artículo y como cuando tenías 8 años, hiciste bien tu tarea.

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